El bello esqueleto de un olivo
Abuelo Víctor
Decíamos en el número anterior:
"En esta sección, desde hace ya bastantes ediciones, venimos presentando algún árbol, que por su importancia, belleza o antigüedad, nos gustaba ponerlo de relieve y hasta hacerle un homenaje. Este es el caso del famoso ficus de la plaza de Santo Domingo, con el que iniciamos esta costumbre.
En otras ocasiones no hemos presentado un árbol, sino una especie. Fue el caso del Tetraclynis articulata, por ser endémico de nuestra región y el de Ginkgo biloba, por su condición de fósil viviente, muy escaso en nuestra ciudad, con sólo unos tres ejemplares, que sepamos..."
En la presente edición tampoco presentamos un árbol, ni una especie, ni un conjunto, ¡ni siquiera un árbol!
Cuando voy al Mar Menor, paso frecuentemente por un rincón, a la vera de un cortijo, con unas cuantas palmeras, dos higueras y una escultura natural: el tronco retorcido de lo que fue un olivo.
Con frecuencia vemos en nuestra región árboles muertos que no han perdido su belleza, sino que se han transfigurado en otra imagen distinta pero igualmente atractiva. Ya no corre la sangre de su savia por sus venas de leño, pero permanece levantado, tan retorcido como lo estaría en vida, esta momia vegetal.