El humor es un bálsamo en los días de confusión, tristeza y miedo. Y nunca he padecido tanto de estas sensaciones, como en este maldito año 2020. Por eso quiero refugiarme en el humor.
Cuando los republicanos iban a fusilar a D. Pedro Muñoz Seca, le preguntaron que qué sentía en ese momento y les contestó:
-Me habéis quitado todo mi patrimonio, mis posesiones, mi dinero…, pero hay algo que no me podréis quitar.
-Pues, ¿de qué se trata?- preguntaron los milicianos, con grandes risas y gestos obscenos.
-¡El miedo que tengo!- contestó D. Pedro, pero manteniendo altivamente su dignidad.
Pues bien, como Muñoz Seca, podemos refugiarnos en el humor, aunque no tengamos tanto miedo, como supongo que tendría, a pesar de su entereza, el famoso autor de “La venganza de D. Mendo”.
El sentido del humor va cambiando con el tiempo. De niño (mil novecientos cuarenta y tantos), había en mi casa unas revistas encuadernadas (si la memoria no me falla de “Blanco y Negro”), ya viejas, que posiblemente eran del tiempo de la Dictadura de Primo de Rivera.
Yo hojeaba los tomos y especialmente veía la sección de chistes, algunos literales, otros en viñetas cómicas, que a mí, un niño de seis o siete años, no me hacían ni pizca de gracia. Vistos, hoy…, tampoco. Había chistes de juegos de palabras:
“En la playa, un caballero, galantemente, le dice a una chica:
Y la chica le responde,
¿Ingenioso? Sí. ¿Gracia? Ninguna.
Otros chistes de aquellas revistas, eran de dandis y “cabecitas locas”. Otros de deportes con ropa que ya entonces me resultaba ridícula…En fin, no sigo, por el olor a naftalina que se está levantando.
Ya de mayor joven, digamos universitario-joven profesor, leíamos la Codorniz que se auto titulaba “La revista más audaz, para el lector más inteligente”
Esto era, hasta cierto punto, verdad. Corrían tiempos de censura y había que ser muy críptico. Los chistes eran políticos y se decían cosas que entendiera el lector más inteligente y que pasara desapercibido para el censor. A veces era más interesante la forma de decir las cosas, que las cosas en sí.
En mi-nuestra madurez las cosas han ido cambiando, pero no en la oferta, sino en la demanda. Es decir, no han variado mucho los chistes, pero si nuestro pensamiento o la sensibilidad para unas u otras cuestiones.
Según las edades, chistes marrones, negros o verdes, tienen mayor o menor éxito. Por ejemplo, un chiste de “caca” le hace mucha gracia a un crío pequeño o un chiste negro, le gusta a un maduro empleado de pompas fúnebres…
Pero lo que ha sido siempre igual es la base científica del chiste: lo absurdo. Lo absurdo de la situación, del lenguaje, del contrasentido.
Lo absurdo de Tip y Coll explicando cómo se llena un vaso de agua, o Martes y Trece hablando con Encarna y sus empañadillas de Móstoles, ¿y Gila hablando por teléfono con el enemigo? ¿y los personajes de José Mota?
Definitivamente. No encuentro ningún chiste (o gag), actual o clásico, cuyo meollo no sea lo absurdo.
Por eso, los consumidores de chistes, de situaciones cómicas o del lenguaje absurdo y disparatado, disfrutamos con las viejas películas de Cantinflas.
Os brindo un largo fragmento de la película de Mario Moreno “Cantinflas” Ahí está el detalle.
Espero que os guste a los que no lo conozcáis y que os vuelva a divertir a los que con Cantinflas tanto nos reímos alguna vez.